2.2.10

Veinticinco años de vida Sacerdotal

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Padre Carlos Flores Rodríguez
Congregación del Santísimo Redentor
Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
San Luis Potosí, S.L.P., 29 de enero de 2010



Aveinticinco años de vida Sacerdotal me encuentro hoy en esta misma casa, nuestro Seminario Menor, que me recibió para iniciar mi respuesta vocacional y, después, habiendo concluido los estudios sacerdotales, también me recibió para iniciar mi ministerio.







Ahora recuerdo las palabras de mis hermanos, que como en todas las familias ante el misterio de la vocación se preguntaban, ¿qué vas a hacer? ¿Cuánto tiempo va a durar tu formación? o ¿Realmente vas a aguantar? Así es el misterio del Reino de Dios y de toda Vocación. Es incierto, no lo podemos determinar completamente. ¿Quién te da seguridad en tu elección? Igual se cuestiona el que se casa, el que se hace religioso o el que se va a Ordenar Sacerdote.


Dice Jesús: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos y las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha” (Mc 4, 26-29)


También Dios puso la semilla de la vocación en este servidor. Primero fue el ambiente familiar, luego la convivencia con los padres misioneros, el promotor vocacional; finalmente mis compañeros y todos los momentos de formación. Esa semilla fue creciendo, sin que intervinieran más los demás. Dios ha hecho su trabajo desde lo secreto. Y hoy, después de treinta y cinco años celebramos este jubileo.





¿Cuál es la labor sacerdotal? La misma de Cristo. Seguir anunciando la Redención abundante para todos los hombres. Especialmente a los más abandonados. Los que la sociedad ha marginado. Y, así como Cristo dijo al entrar en este mundo: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad”, tenemos que repetir cada día nosotros lo mismo. Nos hemos consagrado para hacer su voluntad. Para servir y amar al hermano. Para construir un mundo más justo, para favorecer al hombre o la mujer que se siente marginado, explotado o deprimido en su soledad. Trabajar en lo secreto, aunque los demás no se den cuenta ni seas anunciado en los medios de comunicación. La labor del Reino de Dios se sigue extendiendo y tiene que alcanzar sus frutos. Dios nos llama para trabajar a nuestro lado. El momento más pleno está y se realiza en el sacrificio Eucarístico. En este momento se revela Jesús en todo su esplendor a través del don de sí mismo para los demás. Esta es la misión más hermosa, ser otro Cristo en medio de los demás. Darles como alimento su Palabra y de un modo pleno su Cuerpo y su Sangre. Entonces Dios se manifiesta y, transforma la situación del hombre en Buena Nueva de Salvación.

Hemos de orar para que sean muchos más los jóvenes que respondan al llamado del Señor. Esta es una Vocación tan especial que no falta la bolsa de trabajo. Hay garantía de que no te va a faltar tierra fértil en la cual sembrar. Lo único que Dios espera es que seamos generosos para colaborar con El en la construcción de su Reino.